El amor es mediocre. Como mucho una veintena de amaneceres o despertares, un conjunto de viajes desparramados en una maleta abierta, una convivencia forzada entre muchas flores. El amor es sencillo, metódico y repetitivo, como el trigo y la cebada, como ponerse y quitarse el pijama, como lo cíclico y el para siempre. El amor no es fácil, no viene pero se va, es un trabajo mal pagado, una reacción en cadena de eslabones andrajosos y entresijos. El amor es imposible como el deporte atlético, la lluvia a diario, los periódicos cerrados, una curvatura en el plano, la conquista del espacio. Y sin embargo sucede. Como el despertador que suena todas las noches, el rocío de cada madrugada y el coche que se avería inapelablemente cada cierto tiempo. El amor es una célula que se reproduce a diario, un sol que sale siempre, un sueño necesario, un prospecto bien pautado, una estación que se repite sin importar el año, una avispa y una flor, la gravedad, lo agudo, el tiempo.