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Mostrando entradas de noviembre, 2020

Lo siento si te he provocado un desvelo

Hoy he recuperado un poco de vida. Lejos, lejos, me duelen los músculos de escribir que cada vez estás más lejos. Que tengo una historia a medias que galopa entre ciudades y, aunque yo no lo quiera, ahí está, allí sigue, en los subterfugios más profundos de esta época obtusa. Quizá te interese saber que hay hospitales. Ingresos, desvelos, llamadas y un sufrimiento cámbrico que se extiende por toda la casa. Esto pretende ser una carta, una mano tendida a todos aquéllos -los que estuvieron, los que se fueron- para que me rescaten de mi arrebato, me desamordacen de la silla, de la cama, y me obliguen  a memorizar nuevas estampas. Un mensaje  en una botella de alcohol puro, un poema como aquellos que, según yo, alguna vez he escrito. Lo hago también para mí, para mi memoria, para darle líneas a esas voces  que nunca se callan. Lo siento si te he provocado un desvelo, ya ni me molesto en amagar los pensamientos. Yo también escribo porque cometí una larga lista de errores.

El mundo viernes

Cuando el mundo era pequeño como un viernes la discoteca era la tierra más remota y los recuerdos no se fugaban. Cuando el mundo era pequeño como un viernes conocíamos a alguien nuevo cada fin de semana y la sonrisa de mayores era suficiente  para charlar durante horas en la barra. Cuando el mundo era pequeño como un viernes y teníamos el mismo enemigo hacía frío en la puerta de los bares, casi siembre vomitaba la noche y la luna era testigo de los mensajes de texto más dulces, de las llamadas y de los toques. No estábamos tan solos cuando el mundo era viernes y no existía el futuro ni la luz del día, solo padres engañados y la niñez catalizada entre vasos de vodka. Cuando el mundo era viernes los lunes eran menos lunes si nos sentábamos sobre la calefacción del pasillo de clase a ser testigos de la mañana, a hacer planes para dentro de nunca y a comernos la vida envuelta en papel de plata. Me gustaba mucho más el mundo cuando yo también era viernes.

Invierno

Hoy me impacta ferozmente el recuerdo de viejas noches de frío en el pueblo. De no tener la edad pero encontrar siempre el calor en un chupito o en un vaso de tubo en los locales. He recordado las noches de desafío a la niebla y el vaho en el interior de esas humildes discotecas. El deseo por encontrarse con las chicas y los chicos del instituto ajeno. He recordado a mi generación unida y en la calle: el amor, las visitas, la complicidad, el trayecto, el abrigo... y, por encima de todo, he lamentado que aquello se fugase. Que el capricho de crecer y las preferencias nos transformaran, nos alejasen. Pienso en una época tan concreta que tiene nombre propio, que se puede reconocer por su alcohol y mezcla, y ubicar en los pequeños locales nocturnos en los que combatíamos el hielo del termómetro. La época en la que aprendí a dejar que siempre me faltase algo, a ser yo, repleto de carencias y no caricias. Me alegro de añorar y querer tanto, aunque la vida se haya puesto amarga e intratable y