Cuando vuelvas de Tokio

Tienes una muy mala carta de presentación,
me rasgas con tus ojos al filo
de este paseo nocturno
entre cucarachas y columpios.
Nunca pretendí que fuera buena,
te digo reflexionando los hitos
que han destrozado mi memoria.

Hoy, por ejemplo,
sí que me habría gustado abrazarte.

Ya, y pienso
en las imposturas del pensamiento,
en la aceleración condenada
de este mundo sin poesía.
Cuando vuelvas de Tokio...
se me hace tan lejano...

Ahora ya empiezo a saber quién eres;
no la persona que transporto
de unos grandes almacenes a otros
o la de la charla rota entre mensajes.
Ahora ya sé por qué te fijaste en mí,
voy desde tu ruina hasta la mía y vuelvo,
inspirado para parar 
por tus palabras
que no esperaba sabias.

No esperaré a que te aclares,
te miento mientras espero y reconozco
que lleva un par de días hablando
                                                              el vacío,
la prisa, la pérdida, el cambio,
la desesperada insistencia de los viejos patrones
hace tiempo instalados.

La fosforescencia de mi coche se aleja
entre las calles de esta ciudad durmiente
mientras, casi seguro, tú ya duermes
y yo me comprometo a avisarte de mi supervivencia
una noche más,
cuando regrese a los reinos
de la literalidad y el trabajo.

Te escribo buenas noches
en cuanto cierro la puerta,
deseando otras cosas y dormir contigo.

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