Verano
o la buena tradición de no hacer nada,
absolutamente nada.
En una palabra:
se alza descalza
la humedad del tendedero
y el eterno olor a suavizante,
remanentes del intento de orden,
de limpiar de vermut el vaso
y sacudirme la resaca por la ventana.
No salgo
pero escucho una madre que habla
un idioma que desconozco,
un perro ladra y los neumáticos chillan
a la sombra de los golpes de un martillo
o de las vigas.
Ha pasado el mediodía y se ha llevado la comida,
el frigo vacío no es Madrid ni Barcelona
«y sin embargo se mueve», me digo,
mientras me dirijo,
me preparo,
para hacer la limpieza vespertina
(hay una mancha en la cocina).
«Y lo cambiaría todo por un instante tuyo»
aunque tus instantes ya no sean los de antes,
aunque sé que me enfermara o enfermase,
solo porque solo nosotros somos nosotros,
y así salir de los ojos gélidos que no me quieren
y así llorarme por la ventana.
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