Atisbo

Por no poder estar salgo a la calle. Mientras voy bajando las escaleras del piso el ruido de la fiesta se amortigua hasta ser un sutil murmullo que acompaña mi borrachera en fuga. Siento el pecho henchido de esa sensación que solo tengo en noches como esta, la sensación que se replica en los pómulos y desenfoca la vista. Me siento sensible y vulnerable, y a la vez grande como un ángel. Me siento solo y lleno de mil personas. Siento que sería imposible haberme despedido, dar una explicación a los de arriba. Siempre es lo mismo.
     Subo por Gran Vía haciendo eses con las manos en los bolsillos. Descarto coger un búho, quiero volver a cenar o desayunar de camino a casa. Los autobuses azules se suceden en un desfile numérico y ambarino de personas que acaban su noche. Soy uno de esos glóbulos que siguen su camino por las anchas aceras. Paso un rato intentando hacer memoria, recordar cuántas de esas líneas he cogido, qué número llegaba hasta cada una de mis diferentes casas. Veo parejas en las paradas. Madrileños, guiris, góticos, putas, taxistas, trabajadores nocturnos. Me recreo en el panorama que solo yo encuentro tan exageradamente métrico. Mi pecho henchido se llena de certezas, afirmaciones a preguntas silenciosas formuladas sin palabras.
     Pienso que hay dos almas que me entienden. Pienso que hubiera bastado con decirle a Dalia, apretarle la palma de la mano puerilmente, susurrarle algo. Casi la imagino apartándose el pelo de la cara para escucharme, exhalando en mi cuello su aliento fresco después de un trago de vodka, proponiéndome salir a fumar con esa ingenua mirada suya de borracha. Me digo que mañana un mensaje, que esta vez sí contestará, que habrá más ocasiones. Es mentira.
      Hago cola para comprar pizza. Lo mejor de Madrid es que siempre hay sitios para comprarla de madrugada. Me voy a un sucio poyete a devorar mi porción con sabor a trufa. Como siempre, hago un barrido con la vista para asegurarme de que no haya cucarachas cerca. Cuando me limpio la grasa de las manos me percato de que sigo yendo con camisa y traje. Debo ofrecer un buen contraste comiendo pizza sentado en aquel mugriento cierre vestido con una camisa prístinamente blanca. Hace tan solo 8 horas salía de la tienda. Sentado también noto lo muchísimo que me duelen los pies. Llevo todo el día de pie, no he parado. Es hora de volver a casa.
     

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