Historia

Nuestros tiempos se quedaron caducos,
estancos como el agua en los canales,
y son solo sutiles huellas de polvo
en la pista de algún aeropuerto,
un calor residual en una casa vieja
abandonada y fría,
el eslabón de una conversación perdida.

Quedamos atrás,
como las historias con nombre propio
que nos contábamos a media noche,
como el recuerdo de otras ciudades,
como carretes desechables de un
horizonte paralelo, bajo el yugo
de fuerzas que no entendemos.

Ahora que no te abrazo
por fin puedo aferrarme,
olvidar y recordar las flores del armario,
contar tu propia historia a medianoche
fiel a la realidad infiel a la magia,
extinguir las respuestas que todavía suscitan
tus interrogantes -ahora en sueños-
y fingir hasta que me lo crea
que esto jamás ha ocurrido,
que yo siempre he sido el escriba
que registra este Último Momento insaciable.

Ya no somos privado, somos público,
observadores externos, cariñosos jueces,
excontendientes de una guerra en el barro
como nunca hubo de haber ninguna,
prestos a ser una fecha anecdótica,
el registro fidedigno de un acontecimiento 
que debió de ser tan importante 
que convulsionó la historia de nuestras manos.
Como todo lo demás,

como todo lo que desaparece
en el rastro de nuestra vida escrita.

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