Hay heridas irreparables que se instalan como una lentilla del revés, por detrás de las pupilas. Heridas que perturban el cauce natural de las lágrimas. Momentos de temblor absoluto, episodios traumáticos de fábula. Lentillas que te roban la mirada, la risa y el habla. Menguan tu reflejo, te desahucian. Se ennegrecen y se incrustan adentro, siempre, cada vez más hondo, y progresivamente se hace más difícil llorarlas. La vida migra al margen, clausurada, anómala en su acumulación de excepciones. Se nubla la vista de humareda, pesadillas, raíces del inconsciente negras y arteriadas. Revisionismo oscuro y lacerante que supedita la vigilia. Quizá entonces podrás licuar una lágrima. Resentir todo el dolor limítrofe empañado y recoger su agua. 

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