Dónde quedan el jazz y la hoguera al volver a casa. Al enfrentarme a los gritos de voces inexistentes que claman acontecimientos que no han sido. Dónde están las novelas de fantasía, comunismo y ciencia ficción cuando como cabizbajo sobre el plato, desaprendiendo cómo llorar. Por qué se muere el esfuerzo mientras nace, cuando lo apoyo sobre el pecho y trato de darle ánimos, de lanzarlo contra la vida y que se apañe como buenamente pueda. No se puede crecer en tierra abonada con sal. No se puede ser persona sin someterse a la palabra, al cariño, al intelecto, al amor. Y sin embargo lloro cada vez menos, vivo más y más hacia dentro mientras olvido los rostros, calles y rincones de la vida. Quiero irme.
   Olvido palabras. Olvido sensaciones unidas a palabras. Olvido la urgencia porque vivo en el margen, en el extremo ejemplo, en la novela. Soy una hipérbole dolorosa y sangrante pero callada. Un martir cuya historia jamás será contada. Por más que busco la luz soy una simple sombra. No es culpa mía, repito, no es culpa mía. Pero ya no sé cómo salir, cómo escapar. Cómo impedir que ocurra lo que es inevitable. Estoy tan cansado que después de los temblores apenas queda ansiedad. Solo un amargo y humeante recuerdo de lo que era el llanto. Un té verde de jengibre y limón para tener la sensación de ser más a pesar de ser menos.
   Eres enferma y al final nos harás enfermar a todos.

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