Aunque las andadas ya no vuelvan

No hay una lluvia
ni un cristal de la ventana,
ni una rebelión ajena
aunque los extranjerismos
proliferen en las trincheras.

No hay ningún amor de cielorraso
ni las tardes del café,
por no haber no hay noche,
tampoco amanecer.

Lo más parecido es la vegetación
que cubre los tejados circundantes,
el musgo de otras décadas,
los desconchados en las fachadas
que ya vienen
con algún siglo de retraso.

Pertenezco al mundo de los sueños
y de las pesadillas,
aunque me despierte 
con el corazón a punto de dormirse
y la cabeza entumecida en la boca.

Mi única esperanza
es que las ciudades se parecen entre ellas
y quizá tras algunas tardes de diván
o vendiendo libros
pueda volver a ver la aurora,
a beber sin vaso
escuchando las palabras
de a quién las cosas le van
mejor o peor que a mí.

Quiero dejar de soñar
aunque las andadas ya no vuelvan
y los viejos empecemos a ser nosotros.


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